jueves, 15 de julio de 2010

BINGO!

La viuda de esta fotografía amanece descalza todos los días. La silla de color verde loro motiva a la vieja a no lavar nuevamente el pijama del viejo. El colectivo pasa siete y treinta de la mañana con destino a lugares, pero con intervalo en el bingo. La señora baja entusiasmada de oler el centro de la ciudad, sentirse de barrio con su pollera llena de flores, blancas, muy diminutas, con fondo negro. Corre contenta, sin miedo del fantasma de su marido y despluma toda esa lujuria jubilense que acorta los pasos por las revoluciones de las arterias y la goma de las zapatillas de la feria eclesiástica. Saluda al guardia de seguridad con una sonrisa de niña de quince, por si le chusmeara que lleva en la bolsa de los mandados todo su dinero. Al sentir la brisa del aire acondicionado ella retira su collar de perlas amarillentas de su bolsita, lo cuelga sostenido por las arrugas, baja de revoluciones sus zapatillas y camina con pera en alto entre las maquinita, olfateando que hija de puta del barrio tomó el colectivo anterior y llego a la apertura. No siente más dolor de cadera, ni de piernas. Ahora cuenta las monedas de vuelta y pispea la mejor máquina, que la llevará a saludar a toda esa chusma de barrio desde crónica y hasta invitar a las nunca tratables vecinas a tomar mate con el mejor bizcochuelo de naranja rallada con azúcar impalpable de la ciudad. Qué gloria este lugar!... Toma las fichas canjeadas y las zarandea en su tarrito con tanta fe que parece consejo del párroco. Llega hasta la maquinita que tanto no conoce y procede a lo cotidiano, a olvidarse del campo, de las calles que no eran de asfalto, todas sus fantásticas enfermedades, el último te amo para su difunto, el olor a sopa sobre la mesa de niña, todos los trabajos de infeliz mujer con moral. Así no gana nuevamente, pero se da cuenta que el vicio de la vida es come esa maquinita, un día sos el destino y al otro te desenchufan.




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